Pan
Me gusta cocinar.
Pan. Las variedades pueden ir desde el pan frances al aleman, el integral, el
de viena, brioches. Lactal. Me gusta el lactal. Esa esponja semidulce aplastada
entre la lengua y el paladar.
Mi pareja me dice,
preguntando, maliciosamente:
-Y porque no te sale igual al comprado?
Y es ahi cuando les
descerrojo con vehemencia mi argumento sobre las diferencias entre lo
industrial y lo casero, y que amasarlo,
y que esto, y que lo otro, y que te lo
estoy haciendo a vos, pichi, y que le
ponen bromato, que es toxico. Los envenenamientos a los que nos acostumbramos
tanto que, luego no es imposible
reconocer entre el veneno y el alimento.
Y me diceee….
-Si, pero es mas rico el comprado, podrias ponerle un poco del bromato
ese…es muy caro?
No contesto. Pienso antes de
hablar. Y no hablo ni siquiera entonces.
Y pienso. En mi sensacion de
alimentar y amar. Una contraccion. Una a traves de la otra.
Como es el amor, no? Lo
pensamos como un envenenamiento lento, lo preferimos consentido, sugerido, peor
aun, solicitado, lentamente administrado.
Y dudo. Ante las alternativas
del otro, asi planteadas mas o menos, dudo. Si lo hago de un saque, o de a
poco, como a Napoleon, en Santa Elena, comiendo sus lentas dosis de arsenico,
tan disimuladamente suministradas.
Una muerte lenta. Sin
rastros. Sin migas.
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