miércoles, 11 de marzo de 2015

Pan

   Me gusta cocinar. Pan. Las variedades pueden ir desde el pan frances al aleman, el integral, el de viena, brioches. Lactal. Me gusta el lactal. Esa esponja semidulce aplastada entre la lengua y el paladar.
   Mi pareja me dice, preguntando, maliciosamente:
-Y porque no te sale igual al comprado?
    Y es ahi cuando les descerrojo con vehemencia mi argumento sobre las diferencias entre lo industrial  y lo casero, y que amasarlo, y que esto, y que lo otro,  y que te lo estoy haciendo a vos, pichi,  y que le ponen bromato, que es toxico. Los envenenamientos a los que nos acostumbramos tanto que,  luego no es imposible reconocer entre el veneno y el alimento.
  Y me diceee….
-Si, pero es mas rico el comprado, podrias ponerle un poco del bromato ese…es muy caro?
   No contesto. Pienso antes de hablar. Y no hablo ni siquiera entonces.
    Y pienso. En mi sensacion de alimentar y amar. Una contraccion. Una a traves de la otra.
    Como es el amor, no? Lo pensamos como un envenenamiento lento, lo preferimos consentido, sugerido, peor aun, solicitado, lentamente administrado.
   Y dudo. Ante las alternativas del otro, asi planteadas mas o menos, dudo. Si lo hago de un saque, o de a poco, como a Napoleon, en Santa Elena, comiendo sus lentas dosis de arsenico, tan disimuladamente suministradas.
    Una muerte lenta. Sin rastros. Sin migas.


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