domingo, 17 de noviembre de 2013

INDOLENCIAS

Indolencias
    Caminando por la calle, es casi imposible no ser colisionado en uno u otro momento por alguien. Una especie de intimidación vial, en la que la gente se choca mutuamente. Simples peatones que por la misma vereda y caminando en sentidos opuestos, alguno de ellos corre unos centímetros su trayectoria, y choca con la trayectoria del otro.
    He observado con atención este fenómeno, me intriga, me tomo el trabajo de observar el movimiento, los engramas motores, el proyecto motor que el otro intenta realizar, consciente o inconscientemente. He notado cuerpos, que sin registrar el total de su masa, te enganchan a la pasada con algunas de sus sobresalientes; he visto a personas en anchísimas soledades de veredas atravesarlas de lado a lado, aparentando una especie de ceguera ante el bólido que se les acercaba en sentido contrario y pasar rozandosé los cuerpos tanto propio como ajeno, y chocar. 
     No deja de asombrarme, digo, no ya cuando hay mas personas de las que un metro cuadrado puede sustentar, sino cuando están ausentes todas menos dos de las personas en ese metro cuadrado.
   Escuché por ahí, que parece que es un  deseo de tocarse porque la gente, se dice, no se toca. Es decir que no la tocan. Que no lo tocan otros. Claro, a ese que te chocó, hace mucho que no lo toca nadie, entonces, parece que él, quiere que vos lo toques aunque sea de un topetazo. Conducta analógica a la de los chicos que no son acariciados, entonces se portan mal para que les peguen, así por lo menos los tocan.
   Recuerdo un video musical de un muchacho que iba por la calle por una vereda, caminando en línea recta, cargandosé a los topetazos a quien se le interpusiera, cantando que la vida era una sinfonía agridulce, más  exactamente amarguidulce, (como siempre no hay traducciones exactas en lo que a sensaciones se refiere), y que él no iba a cambiar su modo y lará lará, y que el video era emblemático  de los años noventa, en los que parece que nos queríamos llevar todo puesto, lará lará. La canción era linda, tenía unos violincitos, a mi  me gustaba. El cantante tenia un ojo desviado para afuera, con lo que ahora entiendo porque se llevaba todo puesto.
    En realidad, encuentro una solución en una idea que sería algo así como que vivir implicaría ir descomplicándose la vida,  llegar a viejo, y tener la indolencia bien ganada que tiene el mayor por la que se para en cualquier lado aunque atrás hayan mil personas o venga un tsunami de coches, y entretenga a la cajera del supermercado con las fotos de sus nietos, o le pregunte al florista por las portulacas en la mitad de la vereda. 
     Porque sabe, profundamente sabe, que tiene tiempo. Para vivir.

sábado, 12 de octubre de 2013

No tenés sentido del humor.


      En la ciudad de Buenos Aires, casi todos tenemos un supermercado. Un supermercado chino. Nuestro chino de cabecera. Casi toda vez que iba al chino, cuando estaba en la caja, sucedía la siguiente escena:
La china:
-Eto  é pra novio?      (agarrando cualquier cosa, una botella o las galletitas) 
o…
-Y novio?
Yo:
Se murió.    (con gesto de jocosidad estúpida)
      Esa jocosidad. Como la odio. Esa jocosidad que me empelota, y me odio cuando descubro que mi cara se contrae con ese estúpido gesto de simpatía. Desde que era chica recuerdo haber tenido que hacer fuerza para reírme de esa especie de chistosidad, ese convencionalismo social jocoso. Cumplo a duras penas con eso. Pero cumplo, porque me supongo con un canon animal que me podría convertir en la loca que le da de comer a los gatos sarnientos del baldío mientras los pibes del barrio le tiran piedras.
      Y así todo, cumpliendo, como caminando con zapatos chicos, un día, la muy ingrata me dice, con gesto serio:
- Vó no conteta ashí, yo hago boroma, vó dice Aaahhh!!!, si no, yo no hago má boroma, (se terminara la tortura?) la gente dice tá loca la chica, é loca. No, murió no. Yo pregunta po novio, vó dishe, bieeeennnn. No, murió, no. Vó no conteta ashí, yo hago boroma, vó dice Aaahhh!!!, si no, yo no hago má boroma.

      Okei. Se entendió. Se respetan los convencionalismos. A rajatabla. Se entiende, no? Acá y en la Conchinchina. Ella, boroma, yo, “aaahhh”. Y supongo, que luego exigirá el gesto estúpido de simpatía, con lo mal que me hace sentir eso, y todo por no caminar dos cuadras más hasta el próximo chino, y tratar que mi canon animal no me transforme en una loca sin sentido del humor. Que encima le da de comer a todos los gatos sarnientos del barrio.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Hacéme ropa

“Haceme ropa”, dijo Saverio el jefe de cocina, y se llevó el lomo a la pimienta para adentro, cerca de la parrila, su territorio. Todos conocíamos esa expresión que quería decir “tápame por si viene el trompa”, y era usada para tomarse un vino, comerse una porción de sopa inglesa, guardarse dos milanesas para la casa, alguna sobra decente para los perros o gente del barrio que la venía pasando mal.  
     Compartiamos en silencio lo que iba a pasar: el lomo no iba a venir más cocido como había pedido por tercera vez el cocorito de la nueve; iba a volver un poco recalentado, si, lo suficiente como para homogeneizarse con otro ingrediente agregado a último momento. Pero más cocido, no. El cliente rompebolas iba a comer un lomo a la pimienta que recordaría contento y satisfecho de si mismo después de la levantada en peso que le había pegado a la moza. Yo.

       Y yo, me había ganado esa venganza gastronómica. Aquel día, el día, el dia que me gane el respeto, estaba de moza en el primer turno y adicionista en el segundo, porque había faltado Alberto, lo habian metido en cana por trompearse con el ex de su mujer. Viene Gustavo, mozo de los viejos, todo un caballero, de esos que le pasan la rejilla a la mesa sin escucharte, que apenas te miran con esa mirada inexplicable que lograron de tanto ver estúpidos y jamás pero jamás, te van a decir “dale!” después que les pedís el postre, viene, y me canta mal una comanda. Yo recién entraba en el puesto de adicionista, y a las dos cuando cerramos, las cuentas no me daban, y no me daban. Me faltaban dos ensaladas rusas y unas papas noisette, que estaban en la comanda pero no aparecían por ningún lado. Si no aparecían las tenia que pagar Gustavo, porque eran sus mesas. Yo dije pará, y me quedé hasta las tres y cuarto hasta que las encontré, habían ido a parar a la seis que es mesa de Pablito, el pibe nuevo. Sumé todo de nuevo por quinchuagesima vez y me dio la cuenta de todas las mesas. Y desde ese día y hasta hoy, cuando estoy de adicionista se me acerca Gustavo u otro mozo, y me preguntan, piba, que querés tomar? Te saco una entrañita con puré? Hoy los agnolotis no, te saco una milanesa que es un espetáculo, piba”. Un respeto ganado mutuamente, que se extendió por los pasillos hasta los dominios de la cocina. Por eso ahora el parrillero, con su capa manchada de todo el menú posible, y su espada vengadora recién chairada, está haciendo merecida justicia para su doncella vituperada por un turista pobretón, que se cree que está en el Hilton, y le está meando el lomo a la pimienta con toda su pasión, dejandoseló en un charco que ahora se entremezcla con esa salsita amarronada. “Tomá, lleváselo ahora a ver que te dice. Y míralo comer y sonreite por dentro piba, que ni siquiera es lomo”. 

martes, 1 de octubre de 2013

Ahh, nadie comprende al artista

     Golpean la puerta. Mi vecino. Conozco esos golpes, el puño puteándome la puerta. Me encamino hacia allí, estoy por abrir. Ya sé a que viene. Abro. La cara esta a medio camino entre el enojo y la súplica. Ya lo sé, no me lo digas. Te tengo harto con la musiquita esta. No, no le puedo bajar el volumen, es un violín acústico. Es una sonata eso que toco. No, no es horrible. Si, son pedazos de una sonata, efectivamente. Y si, tengo que darle y darle hasta que me salgan los pasajes de semicorcheas. Semicorcheas. Una figura musical. Un poco estropeada si, es cierto, por el momento. Claro, si fuera cirujana, no me dirías que todas esas tripas desparramadas son feas porque después sabes que se junta todo, se cose, y el tipo anda fenómeno. Como un violín, precisamente. No, no es lo único que sé. También me sé atar los cordones, y hacer dos omelettes con un solo huevo. Si, después, lamentablemente para vos, voy a estudiar el segundo movimiento de la sonata. No, no se llama así. Sonata para gato muerto, ah ja ja, pero que gracioso sos, mirá. No, no soy propietaria. Si, alquilo.

     Hacéme la denuncia, puto.



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Se armó la rosca

     Decia Rilke: escribe solo si de ello depende tu vida, si el hecho de no escribir te es imposible.
No se porque escribo. No es por jugar con las palabras, apenas domino la lengua materna. No se me ocurren grandes temas sobre los que escribir. Todos los que escriben dicen tener un habito, una necesidad, un oficio, una rutina que marca que en algun momento del dia, hay que sentarse a escribir.
Escribo para contribuir a la confusion general, para exponer ideas absurdas concebidas como geniales y ser vilipendiadas y tratadas como las verdaderas idioteces que son. Para incluirme en el catalogo de los que sostienen que tienen algo que decir y asi cuando la atencion concentrada de la audiencia sea un silencio ensordecedor, descubriran que he impostado un rol, como si hubiese emboscado a algun escritor que se dirigiese a un evento de escritores. Para hartar tanto que en algun momento alguien descubra lo verdadero. Voy a robar y poner frases que no me pertenecen y asociarlas ilicitamente. Como hace mas de uno.

Y espero ir en cana, como corresponde.