“Haceme ropa”, dijo Saverio el jefe de cocina, y se llevó el lomo a la
pimienta para adentro, cerca de la parrila, su territorio. Todos conocíamos esa
expresión que quería decir “tápame por si viene el trompa”, y era usada para
tomarse un vino, comerse una porción de sopa inglesa, guardarse dos milanesas para
la casa, alguna sobra decente para los perros o gente del barrio que la venía
pasando mal.
Compartiamos en silencio lo
que iba a pasar: el lomo no iba a venir más cocido como había pedido por
tercera vez el cocorito de la nueve; iba a volver un poco recalentado, si, lo
suficiente como para homogeneizarse con otro ingrediente agregado a último
momento. Pero más cocido, no. El cliente rompebolas iba a comer un lomo a la
pimienta que recordaría contento y satisfecho de si mismo después de la
levantada en peso que le había pegado a la moza. Yo.
Y yo, me había ganado esa
venganza gastronómica. Aquel día, el día, el dia que me gane el respeto, estaba
de moza en el primer turno y adicionista en el segundo, porque había faltado
Alberto, lo habian metido en cana por trompearse con el ex de su mujer. Viene
Gustavo, mozo de los viejos, todo un caballero, de esos que le pasan la rejilla
a la mesa sin escucharte, que apenas te miran con esa mirada inexplicable que
lograron de tanto ver estúpidos y jamás pero jamás, te van a decir “dale!”
después que les pedís el postre, viene, y me canta mal una comanda. Yo recién
entraba en el puesto de adicionista, y a las dos cuando cerramos, las cuentas
no me daban, y no me daban. Me faltaban dos ensaladas rusas y unas papas noisette,
que estaban en la comanda pero no aparecían por ningún lado. Si no aparecían
las tenia que pagar Gustavo, porque eran sus mesas. Yo dije pará, y me quedé
hasta las tres y cuarto hasta que las encontré, habían ido a parar a la seis
que es mesa de Pablito, el pibe nuevo. Sumé todo de nuevo por quinchuagesima
vez y me dio la cuenta de todas las mesas. Y desde ese día y hasta hoy, cuando
estoy de adicionista se me acerca Gustavo u otro mozo, y me preguntan, piba,
que querés tomar? Te saco una entrañita con puré? Hoy los agnolotis no, te saco
una milanesa que es un espetáculo, piba”. Un respeto ganado mutuamente, que se
extendió por los pasillos hasta los dominios de la cocina. Por eso ahora el
parrillero, con su capa manchada de todo el menú posible, y su espada vengadora
recién chairada, está haciendo merecida justicia para su doncella vituperada
por un turista pobretón, que se cree que está en el Hilton, y le está meando el
lomo a la pimienta con toda su pasión, dejandoseló en un charco que ahora se
entremezcla con esa salsita amarronada. “Tomá, lleváselo ahora a ver que te
dice. Y míralo comer y sonreite por dentro piba, que ni siquiera es lomo”.
¡muy bueno! me reí mucho
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