miércoles, 2 de octubre de 2013

Hacéme ropa

“Haceme ropa”, dijo Saverio el jefe de cocina, y se llevó el lomo a la pimienta para adentro, cerca de la parrila, su territorio. Todos conocíamos esa expresión que quería decir “tápame por si viene el trompa”, y era usada para tomarse un vino, comerse una porción de sopa inglesa, guardarse dos milanesas para la casa, alguna sobra decente para los perros o gente del barrio que la venía pasando mal.  
     Compartiamos en silencio lo que iba a pasar: el lomo no iba a venir más cocido como había pedido por tercera vez el cocorito de la nueve; iba a volver un poco recalentado, si, lo suficiente como para homogeneizarse con otro ingrediente agregado a último momento. Pero más cocido, no. El cliente rompebolas iba a comer un lomo a la pimienta que recordaría contento y satisfecho de si mismo después de la levantada en peso que le había pegado a la moza. Yo.

       Y yo, me había ganado esa venganza gastronómica. Aquel día, el día, el dia que me gane el respeto, estaba de moza en el primer turno y adicionista en el segundo, porque había faltado Alberto, lo habian metido en cana por trompearse con el ex de su mujer. Viene Gustavo, mozo de los viejos, todo un caballero, de esos que le pasan la rejilla a la mesa sin escucharte, que apenas te miran con esa mirada inexplicable que lograron de tanto ver estúpidos y jamás pero jamás, te van a decir “dale!” después que les pedís el postre, viene, y me canta mal una comanda. Yo recién entraba en el puesto de adicionista, y a las dos cuando cerramos, las cuentas no me daban, y no me daban. Me faltaban dos ensaladas rusas y unas papas noisette, que estaban en la comanda pero no aparecían por ningún lado. Si no aparecían las tenia que pagar Gustavo, porque eran sus mesas. Yo dije pará, y me quedé hasta las tres y cuarto hasta que las encontré, habían ido a parar a la seis que es mesa de Pablito, el pibe nuevo. Sumé todo de nuevo por quinchuagesima vez y me dio la cuenta de todas las mesas. Y desde ese día y hasta hoy, cuando estoy de adicionista se me acerca Gustavo u otro mozo, y me preguntan, piba, que querés tomar? Te saco una entrañita con puré? Hoy los agnolotis no, te saco una milanesa que es un espetáculo, piba”. Un respeto ganado mutuamente, que se extendió por los pasillos hasta los dominios de la cocina. Por eso ahora el parrillero, con su capa manchada de todo el menú posible, y su espada vengadora recién chairada, está haciendo merecida justicia para su doncella vituperada por un turista pobretón, que se cree que está en el Hilton, y le está meando el lomo a la pimienta con toda su pasión, dejandoseló en un charco que ahora se entremezcla con esa salsita amarronada. “Tomá, lleváselo ahora a ver que te dice. Y míralo comer y sonreite por dentro piba, que ni siquiera es lomo”. 

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